jueves, diciembre 27, 2007

Para Clemente





Cuesta escribir sobre la infancia.

Cuesta tal vez, porque nunca abandonamos un estado de infancia que apreciamos y que negamos muchas veces.

Cuesta hablar sobre los infantes, porque sólo se siente.

Me costaría decirles lo que es cuando Lucas, el menor de mis hijos, me recibe con un abrazo para partir rocas y recita cien veces la palabra "papito". Como padre, esto no se describe.

Cuando se alegan, con toda propiedad, los derechos universales del niño a una infancia justa y sana, yo replico que todo padre tiene el derecho humano insustituible de gozar y vivir la infancia de su hijo.

El nacimiento de un hijo es parte de las maravillas que quedan en este mundo. Ayudar a dirigir sus primeras miradas, sostener sus primeros sueños, ahuyentar a sus primeros monstruos.

La muerte de un hijo, aún no me la imagino, ni siquiera poéticamente. Sería como quemar todas las vidas de un paraguazo. Es quizás lo que se me viene a la mente.

Tratar de sobrevivir, en adelante, para los padres, porque nada volverá a ser igual.

Por esto la muerte de Clemente, hijo de Cristian Warnken, hace un par de días, me tiene tan desprovisto de palabras que sirvan de alguna manera para explicar lo inexplicable.

Sinceramente, no logro concentrar el dolor frente a la palabra dolor para envolverla en un solo grito.

Clemente, un niño de casi tres años, ha fallecido ahogado en un terrible accidente al caer a la piscina de su casa.

Ahora vendrán las culpas y ese martirio de mirarse al espejo cada mañana para preguntar por qué.

Frente a esta desoladora fotografía, creo que debemos seguir contemplando la sonrisa de Clemente, quien en otros patios, con otras guitarras, con otros perros y gatos, seguirá entonando las canciones de "Mazapán", para decirnos:

"ahora ya puedo volar,

como ese lindo zorzal,

mariposa yo soy,

con mis amigos yo me voy".

Recibe este abrazo, Cristian, así como toda tu familia.
Mañana volveremos a empezar.

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