miércoles, abril 07, 2010

TALCA, 27 DE FEBRERO DE 2010, 03, 30 AM


Efectivamente estaba muy dormido. Absolutamente dormido. El día Sábado teníamos muchas cosas en carpeta, por lo mismo, habíamos llevado a dormir a nuestros hijos temprano, y nosotros, habíamos seguido idéntico camino. Daniela estaba de cumpleaños el sábado 27, iríamos a almorzar a un lugar especial y por la tarde, se casaba Enrique, por lo que había que esperar y prepararse para la fiesta. Sólo sentí un ruido feroz, de mil tractores bajo mi cama,que me lanzó ciego ante la madrugada que nos bombardeaba en el limbo de la irrealidad. El carnaval de gritos y desgarros probablemente nuble la certeza de las imágenes que rescaté de esa noche.Parte de esta pesadilla comenzó a las 03, 33 AM y volvimos a establecer nuestras fragilidades, esencialmente con la vida. Sentí que estábamos con la guardia abajo, sin nada que hacer más que aferrarnos en un abrazo junto a los míos, el llanto de mis hijos y la certeza que no resistiríamos, que volveríamos al suelo, donde irremediablemente pertenecemos.
Sólo me he sentido con la fuerza para escribir a más de dos meses de ese último día de vacaciones. He perdido la noción del mes de marzo, con todas sus carabinas disparando a la paciencia, ya que todos los días posteriores a esta barbaridad era una lucha constante contra "algo" que estaba fuera de nuestro alcance.Cualquier cosa, hasta lo más mínimo, era un triunfo sobre el desabastecimiento, la locura y el cansancio acumulado.
Posteriormente visité los lugares de la costa que son un reflejo de la ira de los dioses y donde el dolor te levanta y te deja caer como una pelota de trapo.
Talca, yace en las manos de un estupor que no logra despertar. La lluvia penetra en el barro que hace un tiempo fue la historia familiar y hace más terrible el sonido del desamparo.
Hace unos días me paraba en la principal calle de esta ciudad y respiraba muy para adentro. Todo o casi todo está en el suelo, como castigado, como inflamado por el rencor del destino. Allí pude constatar que efectivamente fui un testigo, de tal vez, las babas del desastre y de la muerte respirando en tu oído,vomitando el fin de los tiempos, porque ninguno de nosotros será el mismo. Un pedazo de nuestras vidas se ha ido con este infierno, pero nos seguiremos aferrando a cada tabla, a cada recuerdo y a cada grito de auxilio, para volver a decir patria en estas horas tan oscuras y definitivas..........


(Fotografía perteneciente a Héctor Labarca)