miércoles, febrero 15, 2017

Apología de la Farmacia


La entiendo.
Probablemente fue la única en su familia en terminar el Cuarto Medio en el liceo con números de la comuna convalidada y recordada por algún santo del cual no conocemos cuál era su santidad. En ese liceo se aburrió  de esa corbata color burdeo y de ese libro abierto en la insignia, cuyo significado y connotación nunca entendió. ( Que frases en latín y que “lux” no sé cuánto). Dada la época, hubiera preferido en la insignia de su liceo de números, algún estandarte militar que brillara al sol superando esa pobreza piojenta de la vuelta a casa en la locomoción colectiva, subiendo por atrás, en la “San Eugenio- Recoleta” que bordeaba el cementerio general donde algún tío- absolutamente innombrable- descansaba en un nicho blanco con letras escritas a pincel en negro y del cual nadie hablaba en casa, porque ese upeliento y rojizo estaba bien muerto.
Odiaba ser pobre y su rabia era contra su destino cruel y pasado a marraqueta con margarina.
Odiaba esa micro pasada a sobacos obreros en la vuelta de la tarde, en medio de esos varones erguidos entre martillos, piñén y polvo de la construcción. Odiaba toda esa manga de calcamonías ordinarias que el chofer había colocado para decorar su espacio vital, entre monas piluchas, lápices y  la “clásica”: “Por favor sin aceite, no”.
Odiaba-largamente- los rasgos del negro indoamericano- del propio conductor. Su anillo cuadrado en la mano derecha. Su camisa a medio abotonar con una ponchera asfixiando los botones de ajuste, todo lo anterior con varios pelos en el pecho, entrecanos y a medio sudar. Ella había optado por la decencia,  camuflando en su teñido oxigenado de mediados de los 90, en la nueva peluquería pirula del mol.
Siempre sintió, a punta de “Chile, Chile lindo, lindo como un sol”, que éramos distintos y que en este país todo- con un poco de orden- se podía cambiar.
Y pudo. Su almacén a poco andar fue un minimarket que incluso vendía Gas Licuado, parafina y artículos escolares. Y vinieron las joyas. Y ya no fueron sólo las de plata con oro. Y Pronto vendía “seguros” y paralelamente “Herbalife” porque el sueño gringo americano estaba ahí, al alcance de la mano. Y pronto, recolectó todas las lucas ganadas de un paraguazo y con la ayuda de su amigo tinterillo colocó una financiera y comenzó a administrar esos billetes rancios de otros que, como ella, que venían del alumbrado público de 40 watts y del kiosko en la esquina y la mortadela ajamonada, querían tocar todas las estrellas del cielo.
 Y superó la pulgas y chinches en el colchón de lana que se doblaba al medio y que había heredado de su abuela. Superó la chomba que siempre le quedó grande y que sólo podía remangarse ya que su hermana- adicta a los “Super 8”- le llevaba un par de tallas de gordura. Y entre lagrimones y emoción de las 15.00 horas en la tele, superó ese fastidio de los paraderos y accedió al auto del año de una casa automotriz asiática de difícil pronunciación. Maleta en el techo y sensor de retroceso. Y ya fue todo bilingüe y en el equipo de sonido de su vehículo, nunca más se escuchó a Julio Iglesias.
Y vinieron las vacaciones, y se dio el lujo de dejar propina de más de un 10% al perico que le llevó las maletas al hotel cuatro estrellas en el caribe. Otro negro. Un lava baños, pero qué más da. Ella no era como él. Ella le doblaba la mano al destino. Y fuimos luz en esta parte del continente. Y su madre dejó de ser servidumbre. Y ya no cocinó ni lavó ropa para nadie, que para eso están estos mugrientos. Que se jodan carajo!. Total vienen de países pobres y acá no seremos el paraíso, pero estamos cerquita. A sólo tres cuotas, “precio contado”. Mugriento de mierda. Vete a tu país!. Que limpiar baños también lo puede hacer un chileno, que como yo, pueda torcer la mano al destino, a punta de esfuerzo, a punta de abrir las ventanas, para no sentir jamás el halo obrero de la pobreza que sale de los sobacos en la micro que se paseaba por el centro a eso de las siete de la tarde.
Usted ahora me atiende que para eso le pago. Y con lo que le sobra, mande billetes a sus críos que dejó en esos países negros. Coneja de porquería!. Mire que tener tanto cabro chico. Y por último, arregle la instalación eléctrica del cité que en cualquier incendio “nuestros” bomberos- tan gentiles ellos- tendrán que apagarle el fuego a un extranjero, siendo que el agua es sólo para los connacionales. Le recomiendo que pare de tener críos y de pasada dígale al cabrón ése, al negro ése, a su marido, que trabaje. Que de una vez por todas me corte el pasto.
Chilenita.

Juramos entenderle.